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20 noviembre, 2006

Una cosa lleva a la otra

Hace un momento que han sonado las campanas;la campanera,una María más de las muchas que en el pueblo abundan,no falla nunca;apenas hace sombra la fachada de la casa;han dado la una del mediodía y es costumbre reunirse para la comida.Hay que avisar al abuelo, que por indicación del cirujano, que le operó de la úlcera de estómago cuando era joven,no se pierde la siestecilla previa al buen yantar desde que tengo uso de razón,que digo,bastante antes ya había memoria de tales buenas costumbres a las que se añadía la mía de acercarse de una corrida a la habitación que tenía ventana al balcón y decir lo suficientemente alto y no ofensivo:"abuelo a comer".
El abuelo me decía que no siempre se dormía,pero seguía las instrucciones del médico al pie de la letra,porque lo pasó mal en aquellos días que acabaron con él en el quirófano y no le quedaban ganas de repetir aquel camino....y después de comer repetía otra siestecilla.
La lumbre había permanecido encendida desde las primeras horas de la mañana;el primer plato se había cocinado en la tartera a fuego lento,una vez más próxima al lugar de la plancha más caliente y otras retirada a lugares más templados.En años posteriores llegaron primero la olla expres,falleció la campanera y después el gas butano;el fuego dejaría de mantenerse toda la mañana;se pasarían menos tiempo en la cocina nuestras abuelas y madres;la cocina se convertiría en un resoplar con el permanente temor de que aquello reventara alguna vez como decían que había pasado en no se qué sitio.La campanera vivió junto a la fuente de tres caños a la que íbamos a por agua con el botijo antes de comer;en los años sesenta se metió el agua en casa pero se conservó la costumbre de ir con el botijo a la fuente durante muchos años después de la acometida y sobre todo se apreciaba este gesto en verano.
A la comida acudía también el gato;era negro con alguna estrella blanca en la cabeza,aparecía por la ventana que daba a la huerta;si estaba cerrada se hacía oir con un miau mientras meneaba la cola en alto y no faltaba quien le abriera;saltaba al suelo y buscaba su plato de leche,luego se movía bajo la mesa entre nuestras piernas a la espera de que le callera algún sobrante, que no solía faltar.Las sobras que el gato no era capaz de engullir se reservaban para el chon,palabra que se le escapa al diccionario de la Real Academia...cerdo,puerco... u otro de los muchos nombres con que se denominaba al gorrino,marrano...;pero éste no solo comía sobras;se le preparaban cocidas a la plancha patatas solas o con castañas y antes de bajar sus manjares al cocino de su chonera o cortijo en la cuadra,la abuela le añadía unos puñados de tercerilla;era una especie de harina de algún cereal de cuyo nombre no me acuerdo,bueno sí, se llamaba salvado y era el resultado de la molienda de las cácaras de cereales;se guardaba en un arca de madera en el cuarto trastero adjunto a la cocina;el arca era casi del exclusivo uso de la abuela que se manchaba sus manos de aquel polvillo blanquecino que cogía en sus manos y tras esparcerlo en la superficie del recipiente, revolvía con cuchara de madera si humeaba o con sus propias manos que usaba como termómetro;tanteaba de esa forma no quemar el morro al cerdo, dando una comida no excesivamente caliente a quien en un futuro no muy lejano nos procuraría sabrosos platos...pero llevará su tiempo llegar a ellos.

3 comentarios:

  1. Y a comer se apuntan hasta los gatos..¿un dicho popular?

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  2. y a la siesta de antes de comer se le llama la siesta del carnero

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  3. Más enjundia tiene quizás la acepción:"siesta del borrego".

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