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21 noviembre, 2006

La bisabuela

En el invierno de mil novecientos sesenta y uno falleció la bisabuela con 86 años y con ella un estilo de vida que intentó perpetuarse durante décadas allí,en su tierruca y en otras partes del País con el consiguiente fracaso.Murió un estilo de vida que se prolongaba desde el siglo diecinueve y que apenas ha llegado al veintiuno. Lo entenderán muchos lectores si cuento al revés parte de su biografía o con cierto desorden.Tuvo sus hijos a caballo entre los siglos XIX y XX; a casi todos se les puso una maleta para emigrar;mi abuela se crió con unas tías en la villa de arriba que en castellano antiguo se denomina Suso en contraposición a la de abajo o Yuso.No había cabida en el pueblo para todos los hijos;lo que se repetía en las demás familias del lugar. Tampoco parecía haber cabida para las nietas;solo mi madre que se casó en 1953 con un obrero de la industria de una zona cercana y que se adaptó bien al lugar permaneció durante décadas donde nació;si hubiera sido de otro modo el menda se hubiera criado en cualquier barrio de cualquier ciudad emergente española donde hubiera fundiciones o industria relacionada con la locomoción.
La bisa vivió en el pueblo y viuda los últimos años; en ellos se acompañó de una criada que la ayudaba en las faenas agrícolas y ganaderas;la hija que más cerca tenía era mi abuela;la tapia de nuestra huerta acababa en el corral de la bisabuela;lindábamos con una de sus tres huertas que rodeaban su casa;tenía otra hija en el pueblo bien situada;de los otros cinco hijos que partieron para Cuba,tres se quedaron allá y dos varones que volvieron se establecieron,uno lejos de la tierruca y el otro lejos pero en la tierruca superó los cien años y se adentró por los pelos en el siglo veintiuno.La bisabuela era autosuficiente,creo que el modo de vivir se denominaba autarquía,se abastecía de todo siendo propietaria de sus tierras y casa; fue una de las primeras cooperativistas de la región contribuyendo en la primera fábrica de productos lácteos de la montaña y era la única que fué o debió ser fiel a dicha cooperativa;al menos era la única que depositaba la leche en aquella empresa en nuestra aldea, el resto se repartía en otras tres empresas,multinacional una y locales o regionales las otras.
Sus huertas,cuando tenían frutos maduros, abrían sus puertas a mi padre los domingos después de la misa y antes de la comida.Me dejaba acompañarle y hasta subirme a la higuera o breval con él, donde además trepaba una parra con hermosos racimos de uvas; en un cesto de mimbre cogíamos lo necesario para el postre de un día de fiesta;de las uvas e higos íbamos a los ciruelos;me encantaba coger unas ciruelas picudas que llamaban de cojón de fraile;imagínense el morbo que para un niño tenía tan guarro nombre de un producto tan sabroso .Era todo muy especial,mi padre estaba presente y no en sitios extraños,"la fábrica", a donde iba de madrugada y volvía al anochecer y no siempre me traía los cuentos que le pedía,pero que importaba eso cuando ambos estabamos en la higuera de la bisabuela tan felices.
Las habitaciones de la casa de la bisa tenía olores especiales,a frutas, como manzanas, peras, membrillos;en las huertas había frutales que empezaban a dar frutos maduros a finales de junio por San Juan,otros en julio,agosto,septiembre que se consumían sobre la marcha del día a día y otros que se llamaban de invierno,cuyos frutos se guardaban en canastas bajo las camas;se vigilaban par evitar podredumbres masivas,ya saben ,apartando lo malo de lo bueno;se tiraba de dichos frutos hasta que se acababan..y ¿de los sacos de nueces?..en otro momento pues tiene historia el tema.
Y la noche que falleció la bisabuela cuando yo no tenía aún los siete años fué especial;dormí con las lozanas hermanas mayores de mi amigo de correrías de nuestra época preescolar y escolar;toda una novedad que me hizo olvidar que algo triste estaba sucediendo;La mortaja la hizo a la mañana siguiente la madre de mi amigo,que a su vez fue comadrona bien mordida en el parto en que mi madre me trajo al mundo con el tabique nasal roto.Nos hizo besar a la bisabuela y nos dejó tocar la verruga que la colgaba entre el entrecejo y el nacimiento de la nariz; en vida no hubieramos osado tal travesura.Descanse en paz.

La vida del cochino

Una tarde cualquiera de primavera aparecía por el vecindario el camión de los gorrinos;el camión tenía diversos compartimentos ocupados por camadas de distinto tamaño según los meses que tuvieran;rápido se corría la voz y el señor exponía su mercancia a quienes se interesaban por ella;si alguien no se decidía aquella tarde podía tranquilizarse,el señor anunciaba que volvería en un par de semanas con más camadas;nos sorprendía que solo vendiera machos;entendíamos que aquellas camadas que ponía a la venta habían sido criados por una hembra,mas nunca veíamos tal escena en nuestra aldea.
Cada vecino seleccionaba al cochino según tamaño ,el precio y se supone que cada cual hacía sus cálculos sobre el estado de las provisiones de la matanza del año anterior.Comprado el cerdo pasaba a los cortijos donde no les faltaban tres comidas al día.

Un tiempo después aparecía por la aldea el capador que hacía su faena de casa en casa sin omitir ninguna;se decía que los cochinos destinados a la matanza debían ser castrados para mejor sabor de sus carnes y nadie osaba ahorrarse las perras de un acto tan ruidoso.

El resto del año al cochino se le oía en la oscuridad del cortijo,apenas se le veía en su oscuro espacio rodeado de una empalizada alta,una puerta que el animal traspasaba pocas veces en su año y pico de existencia;bajo la empalizada frontal estaba el cocino,una hermosa piedra arenisca casi esférica con un hoyo en la parte superior donde se depositaba la comida y donde solo era visible el morro del presunto alimentándose.

Pasarían meses hasta que en torno a la Navidades se presentaran días que cambiaban por completo la rutina del otoño ya acabado y el invierno recien estrenado.Y las noticias, buenas o malas, como siempre se oían en la cocina y para el cerdo no eran buenas.

20 noviembre, 2006

Una cosa lleva a la otra

Hace un momento que han sonado las campanas;la campanera,una María más de las muchas que en el pueblo abundan,no falla nunca;apenas hace sombra la fachada de la casa;han dado la una del mediodía y es costumbre reunirse para la comida.Hay que avisar al abuelo, que por indicación del cirujano, que le operó de la úlcera de estómago cuando era joven,no se pierde la siestecilla previa al buen yantar desde que tengo uso de razón,que digo,bastante antes ya había memoria de tales buenas costumbres a las que se añadía la mía de acercarse de una corrida a la habitación que tenía ventana al balcón y decir lo suficientemente alto y no ofensivo:"abuelo a comer".
El abuelo me decía que no siempre se dormía,pero seguía las instrucciones del médico al pie de la letra,porque lo pasó mal en aquellos días que acabaron con él en el quirófano y no le quedaban ganas de repetir aquel camino....y después de comer repetía otra siestecilla.
La lumbre había permanecido encendida desde las primeras horas de la mañana;el primer plato se había cocinado en la tartera a fuego lento,una vez más próxima al lugar de la plancha más caliente y otras retirada a lugares más templados.En años posteriores llegaron primero la olla expres,falleció la campanera y después el gas butano;el fuego dejaría de mantenerse toda la mañana;se pasarían menos tiempo en la cocina nuestras abuelas y madres;la cocina se convertiría en un resoplar con el permanente temor de que aquello reventara alguna vez como decían que había pasado en no se qué sitio.La campanera vivió junto a la fuente de tres caños a la que íbamos a por agua con el botijo antes de comer;en los años sesenta se metió el agua en casa pero se conservó la costumbre de ir con el botijo a la fuente durante muchos años después de la acometida y sobre todo se apreciaba este gesto en verano.
A la comida acudía también el gato;era negro con alguna estrella blanca en la cabeza,aparecía por la ventana que daba a la huerta;si estaba cerrada se hacía oir con un miau mientras meneaba la cola en alto y no faltaba quien le abriera;saltaba al suelo y buscaba su plato de leche,luego se movía bajo la mesa entre nuestras piernas a la espera de que le callera algún sobrante, que no solía faltar.Las sobras que el gato no era capaz de engullir se reservaban para el chon,palabra que se le escapa al diccionario de la Real Academia...cerdo,puerco... u otro de los muchos nombres con que se denominaba al gorrino,marrano...;pero éste no solo comía sobras;se le preparaban cocidas a la plancha patatas solas o con castañas y antes de bajar sus manjares al cocino de su chonera o cortijo en la cuadra,la abuela le añadía unos puñados de tercerilla;era una especie de harina de algún cereal de cuyo nombre no me acuerdo,bueno sí, se llamaba salvado y era el resultado de la molienda de las cácaras de cereales;se guardaba en un arca de madera en el cuarto trastero adjunto a la cocina;el arca era casi del exclusivo uso de la abuela que se manchaba sus manos de aquel polvillo blanquecino que cogía en sus manos y tras esparcerlo en la superficie del recipiente, revolvía con cuchara de madera si humeaba o con sus propias manos que usaba como termómetro;tanteaba de esa forma no quemar el morro al cerdo, dando una comida no excesivamente caliente a quien en un futuro no muy lejano nos procuraría sabrosos platos...pero llevará su tiempo llegar a ellos.

06 noviembre, 2006

El fuego y la sal

No nos engañemos,no todos los días me despertaba el ruido de los calderos;muchas veces el ojo se abría sin saber porqué o bien podía coincidir con ruidos en la calle;no podríamos asegurar si el ruido hizo de despertador o coincidió este con mi despertar.Con los ojos aún cerrados el oido localizaba los ruidos que más interesaban y si estos procedían de la cocina no era menester que a uno vinieran a tirarle de la cama;en un periquete,descalzo,me plantaba a ver las cosas que hacía la abuela;aunque no lo parezca tengo padres;la abuela había vertido del caldero de leche a la tartera la cantidad que estimaba necesitaríamos para el consumo del día y la depositaba en la plancha de la cocina;a veces llegaba cuando ya estaba la lumbre en marcha, pero en otras ocasiones uno de los ruidos que me despertaban eran los provocados en la plancha por las tapas,circular la central con un agujero en medio por donde se introducía el gancho que servía para apartarla y dejar al decubierto el interior del hogar;por allí intoducía unas astillas de maderas diversas,finas o menudas unas y otras más grandes que exigían a veces desplazar con el gancho la segunda tapa para facilitar su acomodación en el futuro fuego que conseguía con una cerilla y un trozo de papel;pero no corramos tanto,previamente había que ajustar el tiro en la pared frontal;si era demasiado amplio daba paso a demasiado aire y este apagaba la débil llama de la cerilla;si el tiro era demasiado pequeño se conseguía un fuego con tanto humo retornando a la cocina que tosíamos todos;rápidamente ajustaba el tiro, una vez el fuego se consolidaba añadía unas paletas de carbón con cuidado de no apagarlo,ponía las tapas y se dedicaba a otra cosa. No se la olvidaba poner sal a la leche cuando esta subía y subía antes de hervir y si me parecía que se la pasaba tal operación se lo recordaba, no fuera a derramarse por la plancha;a veces ocurría y el olor de la leche quemada no era desagradable;solo el inconveniente de tener que rascar y limpiar la plancha;el ruido de la sal sobre la leche espumosa siempre me encantó;claro está, si quien lanzaba la sal era la abuela;ponerla yo no debía ser muy interesante,no recuerdo si alguna vez lo hice;sospecho que no me hizo falta;la abuela vivió hasta los noventa y dos y solo los últimos años deshizo el camino aprendido y practicado toda su vida;realmente había mil motivos para quererla....estas cosas que nunca se dicen y que durante años las abuelas dudan de si son o han sido seres queridos por los suyos.

04 noviembre, 2006

Lluvioso

Despierto con el ruido de los calderos en la entrada de la cocina y el agradable sonido de los goteriales golpeando el suelo del corralón;se presenta un día lluvioso; me haré un ratito el remolón...bueno quizás me levante ya y llegue a tiempo de ver a "Lucero" si bien necesitaré un paraguas...mejor voy a apoyar a las vaquiñas.
El ruido lo ocasiona ambos abuelos que se han puesto en marcha para su primera faena de la mañana; ordeñar al calor de la cuadra; quedaría mejor establo pero esa palabra tardó en llegar a mi diccionario;las cuadras son locales calientes no por el calor humano; dos factores contribuyen a que sea un sitio agradable cuando la mañana es fresca, las vacas y el estiercol...no se asusten,el olor del estiercol se diluye con los primeros y sonoros chorros de leche que las hábiles manos de la abuela saben sacar tan requetebien de las ubres de las vaquinas en pleno agradecimiento por tanto alivio y tanto placer. Algunas veces me dejaban apoyar las tetas, consistía en tirar de ellas con dos dedos suavemenete hasta que empezaba a surgir el líquido elemento caliente y blanco; una vez mojados los dedos, mojadas las tetas y preparados los ubres para ser exprimidos empezaba la labor de los adultos que habían de tener buena muñeca; al menos la mía se cansaba pronto.Sentados en el banco con un caldero de latón entre las piernas y atento a no ser pisado por las patas de la rubia o de la compañera de atrás, ni ser sacudido con el rabo un tanto guarrilo en pleno rostro, se iniciaba primero una mano a una teta, luego la otra mano a otra teta hasta que no salía ni gota; acbadas las dos primeras se seguía con las segundas; se hacía algún descanso para vaciar en la perola la leche espumosa y caliente; se evitaban derrames poco rentables en extraños movimientos no controlados; los buenos ordeñadores llenaban el caldero hasta el borde y solo entonces se apartaban del tajo para vaciar el contenido en sitio más seguro, la perola con tapa para que el gato no metiera sus narices donde tanto le convenía.
Hacer de ayudante era solo un juego y otras cosas me gustaban más;solía encargarme de ir a por el pan desde que dejé de gatear y podía con una primero y luego con dos tortas;en otro momento saldré a por el pan: hoy llueve y el espacio es más limitado, no convendrá dejar la casa; pasaré un rato delizandome por la barandilla de la escalera, hasta que se me calienten las entrepiernas; luego veremos si hay suerte y no necesitan mi ayuda con el calderillo que no cupo en las perolas y evito ir al depósito.Hace un día casero.